
Frutas y verduras de temporada (primavera)
La profesora de Tecnología de los Alimentos de la Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH) Casilda Navarro nos explica qué es exactamente un ‘producto de temporada’ y por qué es conveniente consumirlos, tanto para nuestra salud como para la salud del planeta.
Entrevista de Radio UMH conducida por Daniel Abellán González.
¿Qué significa consumir productos de temporada?
Un producto de temporada es aquel que se cultiva y se cosecha en su momento natural, es decir, cuando las condiciones climáticas son más favorables para su desarrollo. Esto no sólo garantiza su máxima calidad, sabor y frescura, sino que también implica que su producción requiere menos recursos artificiales como invernaderos, calefacción o sistemas de conservación prolongados. En otras palabras, comer de temporada significa comer lo que la tierra ofrece en cada estación.

Frutas y verduras de temporada contra el cambio climático
Consumir productos locales y de temporada no es una moda: es una estrategia inteligente para reducir nuestra huella de carbono. Cuando compramos frutas o verduras traídas desde el otro lado del planeta, estamos contribuyendo al aumento de emisiones derivadas del transporte, la refrigeración, el envasado y la conservación. En cambio, cuando optamos por productos cultivados cerca de casa y en su momento natural, estamos acortando la cadena de distribución, apoyando a la agricultura de proximidad y reduciendo el impacto ambiental de nuestra alimentación. Este gesto individual, repetido por muchas personas, puede suponer una diferencia significativa en la lucha contra el cambio climático.
Un estudio publicado en 2022 en la revista científica Ecological Economics analizó qué ocurriría si los hogares españoles sustituyeran el consumo de frutas y verduras importadas por producción local. Los resultados muestran que esta decisión puede reducir significativamente la huella de carbono y el uso de agua escasa, ya que muchas importaciones proceden de países donde el impacto ambiental es mayor. Sin embargo, también se alerta sobre un efecto secundario importante: la pérdida de empleo en regiones en desarrollo que dependen de esas exportaciones. Por ello, los autores proponen desarrollar sistemas de certificación que informen al consumidor sobre el impacto social y ambiental de los productos, y que ayuden a tomar decisiones que beneficien tanto al planeta como a las personas.

Más sabor, más nutrientes
Pero no se trata solo del planeta: también hay beneficios directos para nuestra salud. Las frutas y verduras de temporada suelen tener un mayor valor nutricional. Al ser recogidas en su punto óptimo de maduración, conservan mejor sus vitaminas, minerales y compuestos antioxidantes. Por ejemplo, los tomates de verano tienen más licopeno; las naranjas de invierno, más vitamina C; y las calabazas de otoño, más betacarotenos. Además, el propio ritmo de la naturaleza nos proporciona lo que más necesitamos en cada estación: alimentos más hidratantes en verano, más ricos en energía en invierno, más ligeros en primavera. Así, seguir el calendario agrícola también es una forma de sintonizar con nuestras necesidades biológicas.
Comer de temporada también fomenta una dieta más variada. En lugar de consumir el mismo grupo limitado de frutas y verduras durante todo el año, adaptarse al calendario natural nos anima a descubrir productos nuevos y aprovechar distintos nutrientes. Esta rotación amplía el abanico de vitaminas y minerales que ingerimos. Además, los productos recogidos en su estación suelen tener mejor sabor, textura y valor nutricional. Por el contrario, los cultivos forzados para estar disponibles todo el año suelen estar modificados para resistir el transporte, las plagas o el almacenamiento prolongado, lo que puede mermar sus beneficios nutricionales. Las frutas y verduras que crecen en su momento natural lo hacen sin necesidad de aditivos, y eso se nota en la calidad.
Comer con conciencia
Más allá de la sostenibilidad y la nutrición, elegir qué comemos y cuándo lo comemos nos conecta con nuestro entorno y con nosotros mismos. Nos invita a prestar atención, a informarnos, a recuperar recetas tradicionales y sabores olvidados. Nos devuelve parte del control que hemos delegado al mercado global. Convertir nuestra alimentación en un acto más consciente no implica rigidez ni perfección, sino pequeños gestos diarios que suman: mirar el origen de los productos, preguntar en el mercado, ajustar los menús a lo que ofrece la estación.