El águila perdicera no pudo haberse establecido en el Mediterráneo con anterioridad a la llegada de los primeros Homo sapiens porque la presión competitiva ejercida por el águila real y otras especies sería entonces demasiado asfixiante. Sin embargo, la ventaja que supuso en su día para el águila perdicera el vivir en cercanía con los humanos se ha vuelto hoy día en su contra.